miércoles, 24 de noviembre de 2010

La cabeza del dragón

Comentario sobre La cabeza del dragón de Ramón María del Valle-Inclán

Demetrio Fernández Muñoz

“EL BUFÓN - ¿Cómo se llama tu perro?

El CIEGO – De varias maneras. La mejor es llamarle enseñándole una tajada.”

Esta cita escogida del texto de Valle-Inclán no responde a uno de los diferentes adornos que se puedan colocar en un trabajo. La he elegido porque, antes de esbozar un breve comentario sobre la obra (que supongo, es lo que esperáis...), me gustaría daros una breve opinión sobre lo que se conoce como LIJ.

Así, como hemos ido sabiendo a lo largo de las clases de “Formación del lector literario”, la LIJ es esa parte de la literatura que, configurada a partir de un lector no adulto, se construye como una peculiaridad. Hemos tratado más puntos de vista y acercamientos sobre la LIJ, pero (y no es por esto por lo que está la cita) si la LIJ fuera un perro, se le daría de comer aparte.

Sin embargo, esto no sólo sucede con la LIJ. Con la L (que gracia...), en general, con todo lo que tenga que ver con las “ciencias” humanas hemos llegado a un extremo en el que el objeto se ha partido de tanto partirse.

Y yo soy el primero que quiere ver cada ingrediente, a lo Ferran Adrià, bien. Esa palabra que a todos nos suena: “instrumentalización”, ha quedado antigua. Está claro que hacíamos herramientas con la literatura, globos y cajones donde guardar todo el aire ordenado. Sin embargo, ahora que hacemos tornillitos posmodernos tampoco podemos pretender edificar la estabilidad. Lo teórico se ha quedado encerrado en un huracán, ha disuelto, pero también ha arrastrado; normal que no pueda construir y normal que nos mareemos.

Así, en la cita, EL BUFÓN representaría ese ansia de conocer y cercenar la realidad que EL CIEGO truncaría. ¡Qué más da cómo se llame el perro! ¡Qué más da cómo se llame la literatura! Lo único que podemos saber a “ciencia” cierta es la sensación literaria, y eso es algo que, en mi opinión, no se puede describir. Por eso, ya sea LIJ, LAJ,LOJ,LEJ o LUJ he leído La cabeza del dragón y he sentido L sin ser ni I ni J; seré H...

La cabeza del dragón es una obra de teatro de Ramón María del Valle-Inclán escrita en 1910. En esta época varios autores entraron en sintonía con obras teatrales de estilo similar (por ejemplo, Jacinto Benavente y su El príncipe que todo lo aprendió en los libros).

En resumen, La cabeza del dragón presenta en escena el clásico cuento de hadas en el que un príncipe, EL PRÍNCIPE VERDEMAR, después de ayudar a un duende preso por EL REY, ha de escapar de sus tierras. Durante su travesía le sucederán una serie de acontecimientos que le llevarán a enamorarse de INFANTINA, una princesa condenada a ser devorada por un dragón según las tradiciones de su reino. EL PRÍNCIPE VERDEMAR rescatará a INFANTINA y, finalmente, tras una serie de malentendidos a causa de la suplantación de identidades, se casará con ella y quedará perdonado por su padre EL REY durante la celebración de las bodas. Cabe decir que tras la apariencia inocente del argumento se esconden muchas referencias histórico-políticas que desvelan el pensamiento de Valle con respecto a la sociedad que le envolvía.

Formalmente, el ritmo es ágil y el humor, que rodea gran cantidad de la obra, ayuda a ello; por lo que, si la lectura se hace bastante agradable, supongo que la representación más. Además, hablando de Valle, nos encontramos acotaciones poéticas, ingeniosos juegos de palabras,...a lo que nos tiene acostumbrado.

En mi opinión (y no por lo que he dicho más arriba) es una obra que puede gustar a todas las edades. Si la encasillamos para niños de 9 y 10 años (como pone en la edición que he leído) es un acierto, pero el jugo seguiría más adelante. Además, aunque consensuemos que la obra es infantil, no está de más que recordemos lo que fuimos. El tiempo hace olvidar pero el niño que está dentro de nosotros se hará oír.

EL PRÍNCIPE VERDEMAR – Esa fuente está siempre al otro extremo del mundo. Para llegar a ella hay que caminar muchos años.

LA INFANTINA – Pero ¿se olvida al beber sus aguas?

EL PRÍNCIPE VERDEMAR- Se olvida sin beberlas. Es el tiempo quien hace el milagro, y no la fuente. Cuando una peregrinación es larga, se olvida siempre...


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